06.08.2025
La Masonería degrada
La Masonería, en su esencia más pura, fue concebida como un camino de transformación, heredero de los misterios alquímicos y herméticos. Lamentablemente, hoy predomina una falsa masonería de salón, donde el whisky ahoga el silencio contemplativo y las intrigas políticas manchan los mandiles. Sin embargo, aún quedan logias —pocas, pero luminosas— que custodian la Tradición oculta, aquella que no busca influencias sociales, sino los secretos del espíritu divino en el mundo interior del masón.
Mientras muchos se pierden en la vanidad de títulos y reconocimientos mundanos, estos auténticos hermanos trabajan en silencio, tallando su piedra bruta con las herramientas del simbolismo verdadero. Sus tenidas no son reuniones sociales, sino espacios donde el ritual aún conserva su poder transformador. No persiguen ascensos dentro de la logia, sino el ascenso del alma hacia la luz. En ellos, la alquimia no es metáfora, sino práctica viva.
Es triste contrastar estas pocas logias fieles con el espectáculo decadente de quienes han convertido la Orden en un club de negocios. Mientras unos meditan sobre el Delta Luminoso, otros calculan cómo usar sus conexiones masónicas para ganar contratos. Mientras unos buscan el nombre perdido del GADU, otros solo anhelan poner ese título en su tarjeta de presentación. La diferencia es abismal: unos construyen templos interiores; otros, monumentos a su propia vanidad.
Pero incluso en medio de la degeneración, la Tradición resiste. Hay iniciados que aún comprenden que el verdadero secreto masónico no se divulga en palabras, sino que se revela en la soledad del corazón purificado. Su trabajo no aparece en periódicos ni redes sociales, porque su logia no está hecha de piedras, sino de silencio y voluntad. Ellos saben que la Masonería, en su núcleo, no es una institución, sino un fuego que quema lo superfluo para dejar al descubierto la esencia dorada del ser.
Que estos guardianes de la auténtica herencia masónica no desfallezcan. Su labor es hoy más necesaria que nunca, pues en un mundo donde todo se reduce a apariencia y consumo, ellos mantienen viva la llama de un conocimiento que trasciende lo material. Su ejemplo demuestra que la Orden no está muerta, solo dormida en la mayoría, pero despierta en quienes aún escuchan el llamado de lo eterno.
La elección es clara: o la Masonería retorna a su propósito sagrado, guiada por esos pocos que aún honran su legado, o terminará por convertirse en una reliquia vacía, un cascarón ritualístico sin alma. El whisky se evapora, las influencias se desvanecen, pero el oro alquímico de la verdadera iniciación perdura. Que los masones auténticos, aunque sean minoría, no dejen que se apague la luz.